En el mismo motu proprio se establecieron incentivos en metálico para la construcción de caseríos, y el pontífice quiso también que los colonos, si lo solicitaban, pudieran obtener del hospital de S. Spirito un expósito o un huérfano para cada familia, con el fin de educarlos e instruirlos en el arte agrícola y demostrar que la reforma tenía carácter sistémico además de grandes implicaciones sociales.
Durante el período de la administración francesa y, en particular, entre 1811 y 1812, además de reconfirmar las opciones de cultivo olivícola de los Estados Pontificios, se realizaron nuevos esfuerzos para sensibilizar a los agricultores. También se asignó una suma de 12 000 francos para fomentar el cultivo del olivo en la zona del sur del Lacio.
En 1813, el territorio destinado al cultivo olivícola aumentó en 27 000 hectáreas.
La decisión de continuar con la obra del Estado conquistado subrayó aún más la importancia de la reforma que el papado estaba llevando a cabo, hasta el punto de que, en 1914, tras la caída de Napoleón, Pío VII volvió a tener pleno poder y llevó a cabo la reforma económica y agraria ya iniciada. Fue gracias a las innovaciones realizadas en el siglo XIX que la producción olivícola en la zona del sur del Lacio se abrió al mercado europeo y, de ser deficitaria, la balanza comercial romana pasó a ser activa en lo que respecta al aceite de oliva.
El 21 de abril de 1788, el papa emitió un motu proprio por el que se concedía una retribución de un paolo por cada olivo plantado, confirmado en 1801 por Pío VII en el motu proprio «Le più colte» y en 1830 por Pío VIII. El cultivo del olivo aumentó enormemente (se plantaron 200 000 árboles en todos los Estados Pontificios).
El papa Pío VII impulsó inmediatamente medidas radicales y sin precedentes para superar las dificultades económicas generales, debidas también a la devastación de la invasión francesa: en particular, con el motu proprio, liberalizó el comercio y el precio de los productos dentro del Estado.
El pontífice quiso llamar la atención de todos los ciudadanos y, en particular, de los «reproductores» o agricultores, sobre la situación de la annona pública y el temor justificado de que los alimentos procedentes del extranjero o de otras provincias del Estado no fueran suficientes para cubrir las necesidades de la población de la capital.
De hecho, debido a ciertas disposiciones restrictivas del comercio dictadas por los papas anteriores, los «reproductores» se veían obligados a vender aceite, trigo, maíz y otros productos similares a la annona pública a un precio tan bajo que, a menudo, no cubría los costes de producción.
Por ello, Pío VII, para alejar el fantasma de la hambruna que siempre se había cernido sobre los Estados Pontificios, decidió abolir todo edicto que obligara a los agricultores a vender sus productos a la annona pública y les otorgó la posibilidad de vender el trigo y productos similares en cualquier lugar del Estado, con amplio poder para negociar el precio, siempre que estos productos «... no fueran transportados fuera del Estado, ya que se quería que las entonces actuales prohibiciones continuaran en plena vigencia.»
El motu proprio de 4 de noviembre de 1801 establecía también las penas que debían aplicarse a los propietarios o arrendatarios que intentaran exportar los productos ilegalmente: «en todos los casos de extracción fraudulenta de granos, maíces, harina, legumbres, y cualquier otro tipo de granos y hojas, así como de ganado, carnes saladas, aceite, queso, y cualquier otro tipo de grano, además de la pérdida del género, no menos que los carros, carretas, bestias, barcos, en los que fueron transportados, y aunque no fueran propiedad de los estafadores, los patronos serán sometidos a una fuerte multa a su criterio, pero no inferior a trescientos escudos, y serán irremediablemente, y sin esperanza de perdón, condenados por la primera infracción a prisión durante diez años y, en caso de reincidencia, a cadena perpetua.».
El pontífice, al querer aplicar la norma del cultivo obligatorio del campo para que el cultivo prevaleciera sobre el pastoreo, volvió a poner en vigor todas las disposiciones dictadas a tal efecto: no dejó de añadir penas contra los propietarios que no habían cumplido las leyes anteriores y, en la certeza de que muchas tierras aptas para el cultivo estaban abandonadas, tanto en la campiña romana y pontina como en los territorios de Montalto, Corneto, Toscanella y el Estado de Castro, ordenó que se impusiera un nuevo impuesto a los propietarios de tierras no cultivadas.
Las tierras no cultivadas se gravaban, además de con el Derecho Real, con un recargo anual de cuatro paoli por rubbio, y quien trabajara la tierra, apartándola del pastoreo, debía recibir una retribución de ocho paoli por rubbio, siempre que, antes de abril, hubiera presentado los documentos para solicitar dicho importe con la certificación de las tierras cultivadas.
El pontífice, al darse cuenta de que todas las medidas adoptadas anteriormente no serían suficientes para mejorar las condiciones de la agricultura, decidió con el motu proprio del 15 de septiembre de 1802 emprender la recuperación del campo y la reducción de los latifundios en el Estado de la Iglesia. Así, al considerar urgente la desecación de los pantanos para eliminar el peligro de la malaria y al comprender que dicha obra requeriría grandes cantidades de dinero, decidió que la Cámara Apostólica contribuyera a los gastos.
En el mismo motu proprio se establecieron incentivos en metálico para la construcción de caseríos, y el pontífice quiso también que los colonos, si lo solicitaban, pudieran obtener del hospital de S. Spirito un expósito o un huérfano para cada familia, con el fin de educarlos e instruirlos en el arte agrícola.
El 14 de junio de 1800, Napoleón derrotó al ejército de la Segunda Coalición en Marengo y restableció la República Cisalpina. Las legaciones de Bolonia, Ferrara y Romaña fueron arrebatadas de nuevo a la Santa Sede. En 1805 se incorporaron al recién creado Reino de Italia. Los franceses organizaron la administración en oficinas bajo el control de los ocupantes: los documentos públicos empezaron a emitirse en las dos lenguas, italiano y francés. En ese momento, se aprobaron nuevas medidas de emergencia para equilibrar el presupuesto estatal.
En noviembre de 1807, las provincias de Urbino, Macerata, Fermo y Spoleto fueron ocupadas de nuevo. Pío VII protestó de forma oficial, aunque no fue suficiente: en abril de 1808, las provincias ocupadas se anexionaron al Reino de Italia. Entre enero y febrero de 1809, se ocuparon las zonas del Lacio y de Umbría al norte de Spoleto. El 2 de febrero, los franceses entraron en Roma y el 17 de mayo Napoleón decretó la supresión del poder temporal y anexionó las regiones de Umbría y el Lacio al Imperio francés. Pío VII fue arrestado (6 de julio de 1809) y deportado más allá de los Alpes, y su encarcelamiento en Francia duró hasta 1814.
Entre 1811 y 1812, la administración francesa no solo volvió a confirmar las opciones olivícolas de los Estados Pontificios, sino que, además, realizó esfuerzos por concienciar a los agricultores y también esfuerzos económicos destinando 12 000 francos para fomentar el cultivo del olivo. Cabe recordar que Camille Philippe Casimir Marcellin, conde de Tournon-Simiane (nacido el 23 de junio de 1778 y fallecido el 18 de junio de 1833) fue un alto funcionario y noble francés, prefecto del departamento de Roma en el Imperio napoleónico desde el 15 de julio de 1809 hasta el 24 de enero de 1814, que trató de conocer y describir la realidad económica y social de este último y, en particular, recopiló datos estadísticos, topográficos, administrativos y económicos. De hecho, sabemos que, gracias a los nuevos cultivos de esos años y, sobre todo, a la progresiva puesta en producción de las plantaciones realizadas en los años anteriores, los resultados de la importante intervención de la administración francesa no tardaron en hacerse notar. En 1813, la superficie de olivos en la zona del Lacio alcanzaba las 27 000 hectáreas, con una producción de aceite de 3 millones de kilogramos. La situación mejoró tanto que en su momento se calificó de milagro.
En el arrondissement de Velletri, la zona del Lacio con mayor cultivo era la parte sur y el número total de olivos rondaba entre los 2 355 000 y los 2 555 000.
De ellos, 1 355 000 se concentraron en 5 municipios:
Sezze | 700.000 |
Cori | 400.000 |
Piperno | 100.000 |
Sonnino | 100.000 |
Terracina | 55.000 |
En los años buenos, un árbol bien desarrollado en la zona de Sonnino producía alrededor de un cuarto de rubbio de aceitunas y una media de 5 hojas de aceite (1 rubbio = 213,3 kg, 1 hoja = 0,513 litros), la mitad de las cuales se consumía en la zona y el resto iba generalmente a Roma.
De ser deficitaria, la balanza comercial romana pasó a ser activa en lo que respecta al aceite de oliva, y llegó a abastecer unas exportaciones nada desdeñables.
Tras la caída de Napoleón en la batalla de Leipzig, los territorios ocupados por los franceses fueron devueltos a la Santa Sede el 24 de enero de 1814. Fue entonces cuando Pío VII volvió a tener pleno poder y llevó a cabo las reformas económicas y agrarias ya iniciadas. El 28 de septiembre de 1823 subió al trono papal León XII. Su política económica se caracterizó por su carácter conservador, ya que mientras Europa se abría a la liberalización del comercio, él gravaba los productos extranjeros con elevados derechos papales. Se interesó especialmente por la producción y el comercio del aceite, como se desprende del motu proprio emitido en 1826.
La olivicultura en el siglo XIX
En 1834 se confirmaron todas las reformas papales importantes, lo que provocó un gran aumento de la olivicultura en la zona del sur del Lacio; en 1838. la superficie dedicada a la olivicultura especializada en el Lacio pasó de 80 000 hectáreas a 84 000, tanto es así que en las anotaciones de la época se afirma que «en la Delegación de Frosinone, los montes de Vallecorsa, Piperno, Sonnino, Maenza, Bauco, Veroli y Alatri destacan por el abundante y excelente aceite que allí se produce, donde, en aquella época, existía un interesante comercio con Roma» y que, en particular, «la región montañosa del territorio de Bauco mira al norte y al este, y está coronada por abundantes y frondosos olivos, de los que se recoge un aceite de excelente calidad, que se transporta en grandes cantidades a muchas partes de Italia».
El territorio de la zona de Frusinate adquirió las características que podemos ver hoy en día, con la presencia predominante de terrazas, diseñadas en su mayoría por elaborados muros de piedra seca, evidencia de un uso consciente de la tierra, para permitir el cultivo de incluso un solo olivo en un suelo circunscrito y tenazmente mantenido por estas auténticas obras de arquitectura rural.
Los registros de la Delegación Apostólica de Frosinone recogen el importante aumento de la olivicultura en los distintos municipios que pertenecían a la misma, gracias sobre todo a los incentivos introducidos a partir del pontificado de Pío VI y confirmados por sus sucesores.
Los Estados Pontificios iniciaron otras acciones de apoyo al cultivo de olivo mediante la concesión de nuevos incentivos que llevaron a la plantación anual de 50 000 olivos entre 1856 y 1858 (Anexo 4).
El 15 de marzo de 1877, durante el gobierno presidido por Agostino Depretis, exponente de la izquierda histórica, se puso en marcha la famosa Encuesta Agraria para verificar las condiciones económicas y sociales del campo italiano y el estado de la agricultura nacional.
Jacini, presidente entre 1881 y 1886 de la comisión de investigación creada a tal efecto, publicó en 1884 un voluminoso informe, conocido aún como «investigación Jacini».
La encuesta realizada por la Cámara de Diputados el 15 de marzo de 1877 mostraba que el olivo se cultivaba en 179 de los 227 municipios del Lacio y que el cultivo de olivo ocupaba una superficie de 41 667 hectáreas, donde Sonnino era uno de los lugares con más olivos.
Gracias a las reformas llevadas a cabo por los Estados Pontificios y continuadas por la administración francesa, que favorecieron enormemente la agricultura en las zonas fronterizas con el Reino de Nápoles al facilitar los contactos y el comercio entre ambos Estados, las zonas de Sonnino, Itri y Gaeta se caracterizan especialmente por la presencia del olivo.
La olivicultura está tan profundamente ligada al tejido social que durante siglos ha condicionado el desarrollo de la zona y, en consecuencia, la vida de las sucesivas poblaciones, lo que afectó a la economía de la zona, basada casi exclusivamente en la producción olivícola.
En conclusión, podemos afirmar que, hasta la fecha, el olivo es sin duda la especie arbórea más cultivada en las zonas de Frosinone y de las Lagunas Pontinas. Esto se debe, en primer lugar, al clima templado, que resulta excelente para el desarrollo de este cultivo, y a la particular topografía de la zona.
Los datos históricos de los que disponemos demuestran que, antes de las importantes reformas papales, la apuesta por la mejora de la calidad del aceite y por el impulso del cultivo del olivo tras el motu proprio de Pío VI, el cultivo del olivo en esas zonas dependía en gran medida de la satisfacción de las necesidades personales de los propios agricultores o de los señores feudales.
Fue solo gracias a las innovaciones del siglo XIX que la producción de aceitunas en el sur del Lacio se abrió al mercado europeo y el aceite que hoy podemos definir como Olio dei Papi, que significa «aceite de los papas», así como las plantaciones que caracterizan la orogénesis del territorio, se deben por completo a las grandes inversiones realizadas por los Estados Pontificios.